lunes, 16 de enero de 2012

Ese blanco enfermizo no es el color perteneciente a mis manos

Título: Ese blanco enfermizo no es el color perteneciente a mis manos
Por: Zyanya Tanahara



Ese blanco enfermizo no es el color perteneciente a mis manos.En vano trato de olvidar la gelidez del ambiente, estrechando mi cuerpo contra si mismo, intentando conservar, impedir el escape del poco calor que reside en mi.
Mis ojos se posan en mis manos, “Aún sangre corre por ahí, ¿cierto?”.
Frotándolas entre si, la viveza no regresa a ellas. Lo único que queda tras cada movimiento es un pequeño recuerdo que queda flotando a mi alrededor, recuerdo de la punzada de dolor que el frio inflingió, agravado ante el desafio sostenido. Entonces, al parar, el viento helado corre entre mis dedos en contra de las súplicas de piedad, de una tregua de paz, robando la movilidad lentamente para impedir un nuevo desafio, gustoso de la tortura inaudible ante mi promesa de no ofrendarle a él, mi verdugo, los aullidos desbordantes de dolor e impotencia. A su merced, rendirse a su voluntad y no resistir sólo queda por hacer.
El único arropo de mi cuerpo es el alma, y la verguenza por esto habia cesado de ruborizar mis mejillas, que se pintaban ahora de una palidez mortal, al observar que las altas, oscuras figuras que pasaban a una vertiginosa velocidad, ondeando sus cabellos al son del viento, veian a través de mi, quizá percatándose levemente del hundimiento de la nieve donde me encontraba, o del pequeño desbalance en el seguimiento de los colores de la pared contra la que me estrechaba.
Pronto seré uno con el blancor, y la molestia de la única parte de mi cuerpo que aún tiene sensibilidad, las manos, desaparecerá por completo. Cierro mis ojos para disfrutar de la perspectiva, despidiendome del único escenario que jámas conocí, mi lugar de nacimiento y perdición. Adiós.
Extrañamente siento la sangre agolparse a mi costado, despertando de su estado inanimado.
“¿Qué es esto?”
Rindiendome a la curiosidad, la visión capta el reflejo de la figura desnuda de una gentil dama.
Atrapa mi atención una bella cabellera tan dorada que los rayos del sol envidiarian por su brillo. El roce de sus senos brinda un cierto sentimiento confortante, placentero, que me incita a recorror el contorno de su cuerpo con mi mano, gracias a la movilidad recien recuperada. Su piel tersa al tacto, rojiza por el rápido fluir de su sangre. Las suaves ondas creadas por la marea celarian su figura sin dudar. Al contacto, un radiante rostro se levanta de mi pecho, volteando su cara hacia mi. Sus ojos profundos, de un límpido azul danzante, dirigen una mirada que resulta traviesa, con una pizca sensual y seductora.
Su boca de rosa deja entrever unos dientes aperlados, que juguetonamente muerden los labios carmin que la adornan.  Con esfuerzo vuelvo en mi, con la conciencia de los minutos que silenciosamente corrieron, traicioneros, que me permitieron permanecer en trance consagrandome solamente a la contemplación de ella.
Pícara se levanta con fluidez, grácil, exponiendome toda su hermosa desnudez, presumiendo como todos los detalles de su cuerpo estan hechos para ensalzarla, combinando con la sensación dada por su cabello. Mis pensamientos se nublan al verla, ella es una delicia para la imaginación, delicada y deseable.
Un dejo de familiaridad hace que mi rostro se ensombrezca. Con una cascada de recuerdos, la memoria del nombre de una amante tiempo atrás conocida, siempre pronunciado con fervor entre gritos de excitación, vuelve, resuena con claridad en el vacío de mi mente: Ilusión es el nombre del que ella es dueña.
Ese cuerpo que me perteneció en su totalidad, sometido a mi caprichosa voluntad, al manejo de mis manos, respondiendo a mis dedos y mi boca, aquel que me cautivó, ayudando a paliar lo glacial del ambiente y a alargar mi existencia un poco más, manteniendo el calor entre los dos. Ese mismo que me abandonó sin siquiera decir adiós.
Entonces, me dirige una mirada de complicidad, adivinando mis pensamientos, con una sonrisa amplia, perversa sin duda, adornando su rostro. ¿Cómo ha osado aparecer nuevamente?.
En ese momento caigo en cuenta de que el sabor de su calidez se habia ido diluyendo con lentitud partiendo del momento en que se incorporó. Ahora todo mi cuerpo es dueño de la sensibilidad,  mis vellos se erizan por el nuevo dolor inflingido a todo mi ser, por ese frio desconocido a tal magnitud, que arrecia aún más duramente que antes, o al menos así lo parece, gracias al mundo de posibilidades por ella mostrado, a ese mortal elixir confortante.
 “¿Acaso no hay un límite para el dolor? Todo momento es bueno para sentirlo”
Resuena una risa cristalina proveniente de ella mientras mi interior se debate, interrumpiendo el hilo de  mis pensamientos. Da un paso, tratando de acercarse más, ante mi sorpresa. Roza mi cuerpo, haciendo bullir la sagre donde sea que ella toca. Mi mano se desliza, planeando rendir su fuerza, y someterse a la nueva tortura, cual masoquista sin remedio, mas se topa con un objeto extraño, oblongo y afilado. Cauteloso, mi puño se cierra sobre él, y con esta simple acción sin fuerza desmenzurada, empieza a correr un río purpuréo que acentúa el blancor alrededor.
Su cara solamente palideció con un mudo horror cuando repetidas veces lo estrellé contra su cabeza. Esa expresión perduró en su rostro un instante, dando paso luego a una mirada de tierna compresión, que permaneció en ella mientras su vida se extinguia.
Las figuras siguen pasando sin atenuar su velocidad.
Sus brazos rodean mi cuello, compartimos el mismo calor, pero ella está inerte. Lentamente, ambos nos fundimos con el cuadro pintado alrededor, adquiriendo sus características. Jamás comprendí su existencia, pero el peso en mis hombros se nulificó, mientras esperaba suavemente a ser uno con el ambiente.

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