lunes, 16 de enero de 2012

Carta a un danzante II

Título: Carta a un danzante II
Por: Mariana Zérega



Siempre es lo mismo. ¿Es acaso cobardía? Jamás te podré comprender. Eres tan igual a mí, que resultamos siendo demasiado diferentes.
 
Siempre, siempre me dejas con tantas dudas en la cabeza, tantas sospechas,  el corazón intrigado e incluso lágrimas de desesperación a punto de caer por mis ojos. ¿Qué te hace ser así? ¿Acaso eres tú el temido Karma? Siempre me haces sufrir demasiado, me dejas con tantas inseguridades, tantas preguntas en mi mente, que a veces dudo si lo que imagino en realidad es lo que iba a suceder.
 
Siempre me haces sufrir lo que sé que hice sufrir a otras personas. Siempre te hago sufrir lo que tú me haces sufrir a mí.
 
¿Qué hubiera pasado entonces? Si hubiéramos continuado nuestro camino, si jamás nos hubiésemos encontrado contratiempos; si no nos hubiéramos separado, si aunque te seguí por unos instantes; al continuar mi destino tú no me seguiste. Si me hubieras acompañado en mi camino, como tantas otras veces lo has hecho.
 
Pero, aquellas veces aunque aparentabas seguridad, he notado que titubeabas, que algo me querías decir o que algo querías hacer que no lo lograbas, no encontrabas el valor o no conseguías continuar. Yo sé que era, más no me atrevo a confesártelo, tú sabes que entre ambos creamos una guerra de orgullo más grande que dos emperadores que presumen de sus riquezas.
 
Descifrar tu pensamiento, es más confuso que seguir las gotas que deja una ola después de haber roto su trayecto sobre una piedra. Descifrar tu pensamiento a la vez es demasiado fácil, porque si lo pensamos bien, tú y yo somos demasiado parecidos.
 
¿Por qué me dejaste sola aquella mañana? ¿Por qué no te atreviste a partir conmigo? Me dejaste demasiado decepcionada, demasiado intranquila, me dejaste abatida y sola en el asiento de un camión.
 
Pero es que es imposible, jamás podré verte a la cara y no ceder ante ti, jamás podré resistirme a tu encanto y tu picardía, por eso te evito tanto. Así como te conozco lo suficientemente bien para saber que por el mismo motivo son pocas las veces que me miras a los ojos, que hay días que no te apareces y sacas astutas excusas que con tus artimañas hacen que pases ileso a las consecuencias de la irresponsabilidad.
 
Y lo reitero como otras veces, no es amor el que sentimos. Es el deseo de tenernos el uno al otro, es la ambición de querer resultar ganadores de esta competencia. Es la adicción que tenemos de recolectar almas. Es el anhelo de tener ese corazón, que tanto uno como el otro desea, ese corazón altanero y caprichoso que tenemos. La manía de siempre querer tener lo imposible, nuestro afán de resultar gloriosos del reto.
 
No podemos mantenernos enteros mientras estemos juntos, porque caemos presos de nuestros juegos, porque somos esclavos de nuestros deseos, porque no podemos estar tan próximos porque tarde o temprano uno de los dos caería rendido. Y tú jamás aceptarías una segunda derrota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario