viernes, 23 de diciembre de 2011

Etéreo


Titulo: Etéreo.
Por: Zyanya Tanahara.


Con pompa la plática se extiende alrededor, palabras retozando, intentando estrangular los oídos, cual hipnóticas sinfonías, estridentes notas culminantes con risas.
A través de la barrera de la mente, son sólo un murmullo distante, casi ausente. Una obra de la cual un observador me he vuelto. Por fortunio, a pesar de estar en el escenario, la conversación gira en torno a opiniones ajenas, nadie se percata del vacío grisáceo que adorna la profundidad de los ojos que tiempo atrás míos fueron, tras el velo de una sonrisa colgante ensayada lo suficiente como para enmascarar su desgano.
Con suficiente bondad, ¿La ventana de la mente proyectará mi verdad hacia la realidad? Esa fantasía con la que el alma gusta de recrearse, hacia donde escapa de la lucidez cuando se presenta la más mínima oportunidad.
Abrir los ojos y con sobresalto ver un techo desconocido, aunque sólo lo sea durante los segundos en que la claridad huya de la mente, para luego descubrir su cálida familiaridad. Conmocionadamente, incorporarse en la cama, mientras el cuerpo se adecua al escenario. Las formas, las figuras, colocadas como los recuerdos claman conocer y pintar, un mapa ya recorrido y conocido, mas sin embargo fuera de lugar.
Expectante, que la pacífica respiración acompasada baile a mi lado como lo esperado.
Un paroxismo de alegría, al comprobar que todo es exactamente igual.
Todo en su lugar, listo para ser tomado.
En el mismo furor del éxtasis, como veneno recién inyectado, abandonarse al deseo de buscar, correr entre indistinguibles puertas y pasillos.
Entonces, a ella llegar, majestuosa, enmarcada con el bello tinte del ébano, esperando por mi donde le corresponde estar.
Un suspiro, una coraza de valor. "Esta vez todo será diferente" ronda la mente, inspirando al pie que valiente avanzó.
...
Sin caer en cuenta de ello, no más bajo mi control, como un reflejo, copiosas lágrimas caen en mi regazo. Un murmullo ahogado en el silencio, mentira diluida, discreta.
Pícaramente, el gorgojeo de la plática, envidioso, busca el regreso del título despojado por los gritos asesinados, y se deja deslizar levemente a través de mis oídos. Al levantar los ojos, vuelve la nitidez de la aparente cercanía de las personas próximas. Quebrándose ante el dolor, una mano temblorosa que sorprendentemente resulta pertenecerme clama con fervor un poco de aliento, acercándose a una de ellas.
A la distancia de un suspiro, mi respiración es contenida ante la perspectiva del alivio cercano, titubeando ante la debilidad. Se acerca mi mano un poco más, para encontrarse con la más cruel y pura vacuidad, mientras atraviesa sin dudar el cuerpo que enfrente está.
Entonces una explosión de una insana felicidad embarga todo el ser al tiempo que las lágrimas paran en seco y nace la sonrisa más límpida que jamás en mi cara se sostuvo, y el viento soporta un instante las palabras nunca más oídas:
Soy etérea.

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