lunes, 26 de diciembre de 2011

Escribir.

Titulo: Escribir
Por: Uriel Luviano

No sé que escribir, a ratos los versos se me salen por los poros, pero no logran aglomerarse, y los termino abandonando, supongo que por su bien y el mío. Luego me da por escribir prosa, limpia y clara, pero me desespero cuando los adjetivos se cuelgan, abusivos, como pulgas sobre el perro más flaco, de mis enclenques sustantivos, hasta que me harto de mis escritos de puberto enamorado, y terminan junto a sus primos, los poemas abortados, en el basurero de mi cuarto.

Quiero escribir de tí, quiero escribir de tus ojos y de tu boca, quiero escribir de todo eso, pero me faltan... habilidades. Me siento frustrado; por un lado, tu belleza me inunda y me hace querer escribir líneas y líneas, por el otro, las palabras se me atoran y mis pensamientos fluyen más lento que el chapopote cuando me siento, decidido, a escribirte algo.

Estas situaciones normalmente coinciden junto con un deseo envolvente de sentir tus manos en mi piel, un deseo que amenaza con despedazarme si no le hago caso, un deseo que me tiene en un jaque constante y que a ratos me hace querer ir a buscarte a donde sea que te encuentres, sólo para verte por unos segundos, calmar mis ansias con ese placebo que solo las acrecenta, sentirme un poquito más cerca a mi meta, como si no te alejaras continuamente, ausente y tranquila.

Al final me decido a escribir sobre mi frustración, mi siempre fiel plan B secundario que sale a flote cuando los planes B ordinarios han sido deshechados por x o y razón. Gasto los últimos minutos de lucidez que me quedan antes de que me lleve el sueño en acomodar mi frustración en enunciados, mis enunciados en párrafos, y mis ganas de tí en lo más profundo y vigilado de mi corazón, así nunca se me salen de control, pero nunca logro ignorarlas, siempre están presentes.

Tomo tu recuerdo entre mis labios y le doy un beso de buenas noches, un beso de trámite, pues de seguro se subirá a la cama conmigo y se enredará en mis sueños, dejándome empapado de tí en la mañana. Tu imagen me la quito de los ojos, y la guardo en el bolsillo de la piyama. Tu nombre está tan grabado en mi boca que ni siquiera me molesto en intentar borrarlo cuando sé que si llega a desaparecer, su ausencia será efímera, pues al primer atisbo de tu cabellera negra olorosa a tí, regresará, con su omnipresencia y su fuerza casi divinas.

Termino acostándome con todo lo tuyo excepto tú, y un texto más bajo el brazo, uno más de los muchos que hacen cola en mi cabeza, uno más de los que buscan colarse bajo tu puerta y anidar en tu almohada, uno más de los que me hacen quien soy, un muchacho que gusta de escribir y enamorarse de mujeres imposibles, no exactamente en ese orden.

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