viernes, 25 de noviembre de 2011

La niña

Titulo: La niña
Por: Max Zamarripa


Y ahí me encontraba yo, de cuclillas buscando entre viejos libros de una tienda, alguno que me interesará, se encontraban llenos de polvo y con las hojas más frágiles que hubiese yo visto en alguna ocasión de mi vida. Todos se encontraban apilados en varias torres y sin preocuparme por tumbarlas sacaba libros en búsqueda de alguno que valiese la pena.

Cuando de pronto un pequeño niño se acerco corriendo a donde yo estaba, se tumbo a mi lado y también se puso a buscar entre los libros. No entendía que interés podría tener un niño en libros tan viejos, pero no le di mayor importancia hasta que inicio a hablar con alguien que yo no podía ver.

Discutía con alguien que se encontraba entre nosotros; trate de no exaltarme por tan rara situación y tome el primer libro que vi, fingiendo analizar su contenido en espera a que aquel niño se fuese. Pero para mi sorpresa el niño se estiro y con gran brusquedad me arrebato el libro de mis manos. Iniciando a hablar de nuevo con aquella figura invisible; me hubiese gustado creer que se trataba simplemente de un amigo imaginario, pero yo lo sentía, estaba allí frente a mí, interponiéndose en mi camino para alcanzar a aquel niño. Sin más remedio me vi forzado a estirar mi brazo en un intento inútil de recuperar aquel libro, y en respuesta recibí un golpe de unas manos, que aunque yo no pudiese ver, logre sentir.

Caí de golpe y me quede aterrorizado viendo la mirada de aquel niño… ese no es su rostro; aquel no puede ser el rostro de una persona. Le pregunte con miedo, si es que se encontraba bien; él lentamente levanto su mirada y dijo “Estoy bien ¿Cómo estas tu?”.

Fue entonces cuando yo me vi y no fui aquel que respondió “yo también estoy bien”, era alguien más, era ella, aquella figura que estaba entre nosotros, ahora estaba dentro de mí.

No estaba yo en mi cuerpo. No estaba yo dentro de mí, era ella. Ella estaba dentro de mí. Me encontraba parado a mi lado, viendo como mi rostro, el cual no era el mío, era idéntico al de aquel niño.

Sentía un nudo en la garganta que no me dejaba respirar con tranquilidad, el miedo invadió cada fibra de mi ser, y en un intento desesperado por recuperar mi propio cuerpo me abalancé a hacia mi persona, entrando a mi interior.

Aquel lugar era oscuro como la más tenebrosa de las noches, a lo lejos podía oír el sonido del viento que golpeaba contra arboles marchitos; y el sonido de unos pasos a mis espaldas causaron que de un brinco iniciara a correr desesperado por encontrar una salida. Recorrí la oscuridad hasta el cansancio tratando de dejar aquellas pisadas atrás, pero fue inútil; no iba a ninguna parte, era como si nunca me hubiese movido de mi punto de inicio, era como si mis pies estuviesen clavados al suelo.

Enfurecido inicie a gritar a los cuatro vientos que se me regresara lo que era mío, pero no tuve respuesta alguna, solo el sonido de aquellos pasos que lentamente se acercaban a mí.

Me agache y con mis manos busque en el suelo algo, lo que fuera, cualquier cosa que me pudiera servir; y fue entonces cuando sentí una lámpara, de tan solo sentir su textura supe que se trataba de aquella vieja lámpara roja que tenía yo en mi infancia, aquella que usaba para iluminar la oscuridad que invadía mi cuarto cada noche y que tanto miedo me daba.


Sin dudarlo me levante y encendí aquella antorcha artificial para iluminar a la oscuridad y fue cuando la vi, era ella, aquella era la figura que estaba entre el niño y yo, aquella era la criatura que me saco de mi propio cuerpo y era la misma que volvió a mi interior un lugar tan sombrío. No era más que una simple niña, de un sencillo vestido blanco, una niña completamente empapada y con una mirada de inocencia que no era posible tener ya en este mundo. La niña me miro asustada y se alejo de mi persona, y conforme se marchaba la potencia de la luz aumentaba, hasta llegar el punto de iluminarlo todo. Mi interior era mío de nuevo; ella se había ido.


Sin pensarlo tire al suelo aquella lámpara, que sin yo darme cuenta se esfumo en el aire. De nuevo respire con tranquilidad y mire a mí alrededor con alegría.

Pero al girar a mi espalda mire una figura enorme, mucho más alta que yo, delgada hasta los huesos y llena de sangre; completamente empapada; y antes de lanzarse contra de mi solo dijo “Por fin, solos tu y yo”.

Y ahí se encontraba ella, de cuclillas viendo con una mirada perdida en su viejo diario, ese que aquel niño buscaba, aquel por el cual ella robo mi cuerpo. Ella solo quería recuperar su infancia perdida, y yo al dejar tirada en el suelo a la mía, me vi condenado a la oscuridad.

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