martes, 19 de julio de 2011

La cicatrices de una rosa blanca


Titulo: La cicatrices de una rosa blanca

Por: María José Zepeda


Solo veo caer hojas de otoño, caer en estos suelos primaverales.
El viento helado susurra tu nombre sin parar
cuando lo único que solía sonar eran nuestro juramentos
que al final resultaron ser mas falsos que tus sentimientos.

Me encuentro paralizada en este lugar lleno
de alegrías vacías que solíamos llenar con miradas fraternales.
Jurabas nunca dejarme sola en este planeta cruel.
Ahora lo único que veo son árboles que lentamente se encogen,
cantidad de caminos que crecen y se recortan a la vez.

Marchito, marchito, marchito queda mi corazón,
cada paso que das, cada pieza que cae de mi piel
marcada por tus caricias suaves.

Solía ser inmortal cada vez que tus brazos
eran mi fortaleza y tu corazón mi escudo.

Lentamente, me hago mortal con tan solo saber
que tu mirada ha sido secuestrada por alguna doncella
que tiene todo lo que yo no.

Antes solo solía sentir una unión enlazadas por
estos dos corazones que conocieron el significado de libertad
después de conocernos y ahora lo que siento es la prisión,
mi sangre fríamente circular por mis venas;
el temblor entre mis piernas; falta de equilibrio;
el aire acariciar mi piel y arrastrar este vestido
blanco lleno de manchas que ni el tiempo podrá eliminar.

Mi mente no deja de palpitar, es como si estuviera
estrangulando mi corazón, haciéndolo sufrir como
en cierta forma de regaño por haber tomado las riendas de
mi vida, por haber adormecido mi razonamiento.

Ahora aprendí que al final, todo lo que tengo soy yo;
pero tanto me he desperdiciado que me veo como
aquella rosa blanca que el me regaló,
cada día más rota, cada día más marchita.

Lentamente mis rodillas se van doblando sin control alguna,
mi cuerpo se deja reposar en aquel suelo rasposo
y mis ojos lloraran un océano de melancolía pura
sobre aquel vestido blanco que tanto espero usarse por ti, por mí.

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