sábado, 7 de mayo de 2011

No cabe duda, soy culpable de homicidio.



Pasó, sucedió sin ser precisado. Fue un segundo que marco la diferencia entre el pecado y la relación sana. Nos encontramos en el tiempo y el espacio, por desgracia o por fortuna estábamos solos (mi conciencia insiste en que fue desgracia, mi insensibilidad afirma que es fortuna). Y ocurrió, sin piedad, sin compasión, simplemente quemamos la tentación entre besos apasionados y nuestros cuerpos se fundieron en una sola ilusión, carente de sentimiento puro pero llena de pasión innegable, de pasión prohibida, que a mi parecer es la más amarga pero la más sabrosa en degustación.

Pasó, lo digo así tan sencillo como admitir que le mentí a mamá cuando pregunto quién había roto su jarrón, así de simple, admitirlo me hace bien; Tanto tiempo se dibujo en mi mente que jamás creí que pudiese hacerse realidad, estaba plasmado en piedra tal como los ancestro plasmaron sus fantasías y creí que eso serian toda la vida, fantasías. Pero hoy sucedió. Me ahogue en deseo tantas noches, la luna es testigo; Asfixie mis sollozos soñadores  y calle al mundo la verdad que a gritos rasgaba mi mente.

Pasó; Y lo mejor de lo peor es que no  me arrepiento, lo revivo en mi mente llena de sentimientos de culpa pero libre de arrepentimientos; El recuerdo llena mi alma carnal y al unísono un suspiro se lleva mi honor, aquel que prometí proteger y que hoy se consumió por la afable esencia de unos labios, por el deseo abrasador de unas manos, por el pecado latiente en su mirada.
Pasó; No lo niego; Al fin y al cabo de nada serviría, si me atreviese a negarlo mi sonrisa no podría desmentir  la felicidad que me causó, mis manos no podrían desmentir el hecho, porque están manchadas de su cuerpo y sobretodo, mis labios no podrían pronunciar palabra que no fuese su nombre.

Pasó; Y se llevo mi dignidad, se llevo mi fortaleza como pareja fiel, quizás hasta se llevo un poco de mi inocencia, pero me dejó un recuerdo marcado en la piel, que arde y late fuera y dentro de la piel, como tatuaje hecho al fuego en una noche de invierno, una herida que jamás ha de convertirse en costra. ¿El problema?  Mi desconocido instinto masoquista saborea con dulzura esa herida.

Pasó; Marco mi vida como el principio de mis fracasos amorosos, como la primera de muchas caídas. Como la primera visita al infierno, donde me siento a probar un manjar servido por la tentación, bebo un trago con la pasión, gozo de un momento inexistente en las vidas más puras y juego a las escondidas con la excitación en laberintos interminables llenos de dudas. Y lo sé,  al salir del infierno, mi cuaderno llevara eternamente esa mancha de tinta negra, corriendo fresca entre las páginas cuando el recuerdo y la acción se saluden en el tiempo y el espacio.

Es la marca de la infidelidad, la marca de un deseo prohibido que fue concebido en un descuido de la conciencia, un código secreto que fue descifrado de un modo equivocado, quizás en un momento inoportuno y con un invitado desacertado. Un deseo que a gritos y golpes rompió las cadenas de la razón y la fidelidad, liberando las alas y volando entre cielos prohibidos, entre cielos llenos de veneno, cielos dulces para almas negras, como la mía.

Soy culpable, de homicidio a la fidelidad. Tengo un problema mental, pues revivo el asesinato y sonrió sin cuidado, aprieto mi quijada tratando de ahogar un grito de felicidad, mis manos se tensan intentado mantener la coherencia y no volver a caer, no volver a cometer homicidio, no volver a ser infiel.

No cabe duda, soy culpable de homicidio y en un futuro he de volver a declararme culpable, puesto que a esta mente deformada por los golpes de la vida…le gusta la sangre de pasión.

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