lunes, 26 de noviembre de 2012

Encuentro de dos seres


Encuentro de dos seres sin edad
Autor: Ilse McCarthy

Entra por esa puerta y la sala deja de ser una habitación para convertirse en un paraíso. Está preocupado, está nervioso, aún cuando le he dicho cien veces que las dudas y los miedos debe dejarlos descansar en el patio de enfrente. Está ansioso, lo veo en sus manos pero se detienen; está alucinado, lo veo en sus ojos pero me esquiva; está enamorado, lo dice su alma pero lo calla.

Le recorro con la mirada, es tan perfecto pero no puedo hacerle ver quién es a través de mis ojos; es tan dulce y a la vez tan agrio por su incertidumbre. Hombre, le recorro con la mirada porque está lejano de mis caricias y le saboreo en unos labios intangibles porque su boca duda de si es correcto haber atravesado esa puerta. Hombre, que baja la mirada y susurra “no sé si esto es correcto” y yo con la boca seca de deseo, trato de darle a entender que es cuestión de perspectiva.

Le invito a sentarte junto a mí en el silencioso sofá, tomando sus manos como queriendo despejar sus temores. Tantos años lleva a cuestas y aún le da miedo el amor; yo por inocencia no le temo, mi ignorancia me hace fuerte mientras que su experiencia le hace caer. Me atrevo a tocarle, a llegar a su rostro y levantarle la mirada, ansiando que se encuentre con la mía. Sus ojos tienen esas marcas que sólo los años dejan y al mismo tiempo una vitalidad que no he encontrado en los rostros más jóvenes, me atrevería a decir que ni siquiera en mi reflejo. Sus manos llevan marcas, el doble que las mías, sus huellas han recorrido el doble de sendas que yo, sus ojos han visto el doble de amaneceres y sin embargo está aquí, compartiendo el presente con una joven que apenas camina, apenas ve, apenas crece.

-¿Por qué dudas?- pregunto. Como si no estuviera viendo el nudo que su garganta forma, como si no sintiera aquel sudor nervioso que desliza de sus manos, como si no estuviera ya ahogándose en preguntas. Guarda silencio. Quizás la mejor respuesta ante una pregunta tan estúpida. Levanta la mirada y trata de sonreír pero es efímera, es dudosa y no permanece en el aire ni un instante.

– Me gustas – dice sin ver de frente – pero no sé si soy capaz de aventurarme en un amor así. Dudo porque es real lo que nos puede distanciar y me da miedo enamorarme de una joven cuando mis caminos están ya tan empolvados. Me da miedo que mi alma no te lleve el paso y nos quedemos lejanos. – Sus palabras me atacaron, me acuchillaron y de momento preferí el silencio. Quería a aquel hombre, me gustaba en todos los sentidos y de pronto me sentía sola; sentía que lo perdía poco a poco, que se alejaba en un horizonte que siquiera había contemplado. Suspiré lentamente y tragué saliva, lista para darle la razón y dejarle partir. ¡Hombre, le aseguro que estuve a punto de dejarle partir! Pero le vi una vez más. Escuché su voz, fuerte, en mi recuerdo; sentí sus manos firmes sobre las mías y, sobre todo, viví su alma sabia una vez más. No podía dejarle ir, no antes de intentar, no antes de ser, no antes de empezar.

– Escúchame – comencé – escúchame. Si después de lo que tengo que decir te quieres marchar podrás hacerlo, pero escúchame. – No sabía exactamente qué decir, pero confiaba en esta energía para hacerle ver mi mundo a través de palabras, hacerle sentir seguro en un universo donde todo está en contra. – Hay tres cosas que puedo asegurar, tres verdades que no dudo y son ellas las que mantienen mi espíritu firme hoy, son ellas las que me impulsaron a traerte aquí y las que mantienen mi voz firme y mi mirada en la tuya. Primero: sé con toda certeza que soy lo suficiente mujer y lo suficiente madura como para estar a tu altura – me miró sorprendido y continué sin darle espacio para hablar – Segundo: sé que eres lo bastante hombre y lo bastante vital como para estar a mi altura. Y tercero: sé también con toda certeza que en esta aventura sólo necesitamos esas dos verdades, sólo necesitamos ser tú y yo.– Respiré profundo y me decidí a hablar con sinceridad, sin máscaras, sin armaduras; me entregué entre palabras a él. – Quiero que me mires, quiero me escuches, pero sobre todo quiero que me sientas y que te des cuenta de que no tengo edad; estoy perdida en el tiempo, en ese espacio en el que un acta de nacimiento y la vida misma combaten entre números y experiencias. Yo te veo y no veo a un viejo, yo te escucho y no escucho a un hombre cansado, pero sobre todo yo te siento y siento un alma viva, un hombre real, un hombre vital.

Se quedó callado y su silencio inundó la habitación; casi lo vi levantarse, tomar su chaqueta y marcharse. La idea recorrió mi mente en un segundo y me dolió verlo partir entre mis pensamientos. Pero el hombre se quedó quieto, levantó la mirada, se acercó muy lentamente y me besó. Las dudas escaparon entre nuestros labios y se escondieron en los rincones los miedos. Sus manos acariciando mi cuerpo se llenaron de seguridad y, al final de aquel beso, tomó mi rostro y sonrió; con una sonrisa que no dejó espacio para el miedo, ni la inseguridad… sólo para el amor.

De pronto aquel hombre no tenía dudas, la joven no tenía miedos y ambos no tenían edad.

Ilse McCarthy

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