jueves, 3 de enero de 2013

La gotera


Título: La gotera

Autor: Lambert



-Ploc, ploc-

Suena la gotera del lavabo. Su chapoteo resuena al unísono con el caminar del segundero del reloj que cuelga de la pared de la cocina. Ambos sonidos se encuentran, se mezclan y se vuelven un insoportable martilleo para los oídos de la mujer que trata de dormir en la cama matrimonial de su recámara. Hace un esfuerzo por descansar después de un día agotador, como lo intenta cada noche, como falla cada noche. 

-¡Mamá! ¡Mamá!

Grita una voz infantil. La mujer trata de ignorarlo. Abre los ojos por un momento y vuelve a cerrarlos, deseando que haya sido su imaginación. 

-¡Mamá! ¡Mamá!
Grita de nuevo, esta vez con más fuerza. No es un sueño. El niño grita de verdad. La mujer se levanta con pesadez, tallándose los ojos y lamentándose el no haberse tomado esas píldoras para dormir que descansan en la mesita de noche que está junto a su cama. No enciende la luz, conoce el camino de memoria. Lo recorre cada noche.  Todas las noches. 

-Crrrrk- -Crrrrk-

Suena el suelo de madera crujiendo bajo sus pies a cada paso que da. Su caminar apaga por un momento el sonido de la gotera, pero no deja de ser un ruido fuerte y molesto. No lo soporta. Tampoco los gritos. Pero no puede hacer nada por callarlos.
-¿Que necesitas hijo?
-Agua.
El niño le dirige una mirada de molestia. Tardó demasiado, y él tiene sed. No le gusta que lo haga esperar. No piensa ni un momento en ella, en su cansancio, en su estrés, en su pesar. No piensa en las noches que se desvela llorando. Sólo piensa en él. 
-Enseguida te lo traigo.
Se dirige con cansancio a la cocina. No hace falta encender la luz. Conoce el camino. Todas las noches le dice que no cuando ella le ofrece un vaso de agua antes de irse a la cama, y todas las noches la despierta para pedirle uno. Si, lo hace por fastidiar, ¿pero que puede hacer? Es su hijo. 

-Glup, glup- 
Suena cada trago de agua que da. El silencio es tal que puede captarlos. La bebe toda de un golpe, a pesar de advertirle que no lo hiciera. Le da el vaso y se vuelve a acostar. Ni un gracias, sólo se vuelve a acostar. Ella no le dice nada, simplemente regresa a su habitación y trata de dormir.

-Ploc, ploc-
Suena la gotera del lavabo.

-Tic tac, tic tac-
Suena el reloj que cuelga de la pared de la cocina. Y ambos sonidos chocan y se mezclan, y se cuelan bajo la puerta de su habitación, llegando a sus oídos y negándole su derecho a dormir. Y se vuelve más fuertes con cada segundo. Y se vuelve más doloroso con cada segundos. 

Le duele tanto como la existencia de ese lugar vacío al que le da la espalda en su cama. 
Le duele tanto como el vacío del armario donde ahora sólo esta su ropa. 
Le duele tanto como la silla vacía en la mesa del comedor cada que se sienta a cenar con su hijo.
Le duele tanto como los gritos de su hijo ingrato, del hijo cuyo padre no hizo más que consentir hasta el día en que partió. 
Un hijo que no valora los esfuerzos que su madre hace por darle una vida mejor. 
Un hijo que no entiende su dolor.

-¡Mamá! ¡Mamá!
Grita su hijo. Ella se levanta y camina lentamente hacía su habitación. El niño esta sentado en la cama, molesto. 
-Quiero ir al baño.
-Vamos.
Responde con la mejor sonrisa que puede ofrecerle. Lo toma de la mano y caminan juntos hasta el fondo del pasillo. 

-Crrrrk, crrrrk-
Suena la madera bajo sus pies a cada paso que dan. Suena más fuerte esta vez, perforando los oídos de la mujer. Lo espera fuera del baño.

Él no quiere que entre, pero tampoco desea que se aleje. Tiene que esperar hasta que él acabe, no importa que esté cansada o fastidiada, ahí debe permanecer.  Ahí siempre ha permanecido, incluso cuando su marido seguía a su lado, ella debía soportar los berrinches de un niño inmaduro y dependiente. A él lo amaba. Ella sólo era una esclava. Pero era su hijo. Lo amaba también. Por eso lo defendía.
respondía siempre: "es sólo un niño". Y lo es. Es sólo un niño. Su hijo.

-Crrrrk, Crrrrk-
Suena la madera bajo sus pies a cada paso que dan mientras regresan a la habitación. 
Lo deja en su cama y lo arropa. Ni un gracias o un buenas noches. Sólo vuelve a dormir. Ella también lo hace.

Al acostarse, no puede evitar mirar el lado vacío en la cama. Extraña cuando ahí estaba el hombre al que amaba, con sus defectos y virtudes, pero con sentimientos sinceros y gestos de amor que la hacían mantenerse de pie. Siempre de pie. Extraña los ojos verdes  y la mirada cálida que le dirigía todas las noches. Extraña el calor de su cuerpo junto al suyo, y la seguridad que sentía al estar entre sus brazos. 
Ahora no hay más que un lugar vacío. 
Ahora no hay más que dolorosos recuerdos.

¡Mamá! ¡Mamá!
Grita su hijo desde su habitación.

-Ploc, ploc-
Suena la gotera del lavabo.
-Tic tac, tic *Tac* 
Suena el reloj que cuelga de la pared de la cocina.

-Crrrrk, crrrrk-
Suena la madera rechinando por el frío de la noche.
Y todos los ruidos suenan al unísono, y todos los ruidos se mezclan en uno solo.

Su hijo la mira con molestia cuando entra en la habitación. 
-El ruido del lavabo no me deja dormir. ¡Haz que se calle!
-Lo haré, hijo. Tranquilo.
Se acerca a él y toma sus cobijas, arropándolo de nuevo.
-Sólo deja acomodo tu almohada.
Y toma la almohada blanca antes de ir a callar todos esos ruidos para siempre.

-Ploc, ploc-
Suena la gotera del lavabo.

-Tic, tac, tic, tac-
Suena el reloj que cuelga de la pared de la cocina.

-Crrrrk, crrrrk-

Suena la madera rechinando por el frío de la noche, pero su hijo no grita. 
Lo intenta. Patalea con fuerza. Trata de quitarse de encima a su madre con sus pequeñas y débiles manos, pero no logra salir sonido alguno de su boca: ni un berrinche, ni un insulto, ni una orden. Sólo el silencio.
Y cuando sus manos dejan de luchar y caen sin vida sobre la cama, ella retira la almohada y besa a su hijo en la frente.
-Buenas noches, hijo.
Vuelve a su cama, donde finalmente puede conciliar el sueño como jamás lo había hecho en 10 años. 

Y la gotera dejó de sonar.

-Lambert

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