martes, 30 de abril de 2013

Temor a los capullos


Título: Temor a los capullos
Autor: Rha-bel Pérez









¿Sabes? Hay un puente en Tamaulipas, donde se ven capullos colgados. Javier y yo pasamos seguido para llegar a Nuevo Laredo. Siempre nos levantamos temprano, como a las 4 am, todo para alcanzar a repartir la cosecha.

Vamos en el viaje con el camino largo y el tiempo más largo. Suelo quedarme dormido por la mitad del trayecto, y Javier, mi padre ─ no le hablo de otra forma ─ pone el radio en la estación que nos encanta y entonces truena la banda y los corridos locales, resuena el acordeón; corridos de mis héroes, de mis sueños, algún día seré como esos cabrones, todo un chingón. Al diablo el estudio como, diría Javier, en las clases las cosan no brillan como en las canciones.

─No sea pendejo, morro, en la escuela no se encuentra la vida. Podrás estudiar todo lo que quieras pero al final, el trabajo no te va a llegar, para mí han trabajado licenciados, ingenieros, gente de libros. La desesperación los atrae al negocio y es justo como no debes entrar. Desesperado. A la vida se llega de frente y bien preparado, como te enseño; escuela de armas, escuela de pueblo. Nada más. ─

Dormitaba ¿sabes? En la última feliz curva bordeada de matorrales y arboledas, cuando bajábamos de los montes por la carretera para adentrarnos en la recta donde a lo lejos se ve el puente, perpendicular a nuestro camino, es un retorno de concreto cuarteado, ─Sí… puedo describirlo con los ojos cerrados, grafití, suciedad y basura; cemento oscuro─. Ahora lo siento en mi piel que se eriza junto al pelambre del asiento, mi sueño se estrecha y sé que estoy retorciéndome en el asiento del pasajero, no puedo respirar bien, no quiero abrir los ojos. Estoy sudando, las gotas son frías. Ya los veo. Colgados del puente meciéndose con las ráfagas de los tráilers, son los capullos de cuellos dislocados, adornados con mensajes, con sus rostros tiesos. Sus ojos me miran, yo lo sé y no puedo contener la lágrima que rueda al costado de mi nariz. Al capullo lo recorren canales de sangre, heridas abiertas, con el rostro amoratado. Roja su ropa, rojo el puente, rojos los demás por no querer verlos, por voltear a los costados, a las canaletas, por cerrar los ojos.

Esta vez son seis, un olor a rastro se filtra por el aire acondicionado; es un vaho fétido, dejo de lado mi frigidez; estoy en medio de un ataque de arcadas. Vomito convulso de miedo mientras dejamos el puente atrás. A Javier lo veo entre lo oscuro, me observa apenas, mientras maneja y me deja desvanecerme de un golpe.

Javier siempre me reprende y levanta a bofeteadas, solo tengo 12, ya verá cuando crezca, nos pegaremos unos buenos trompos. Lo que siempre me dice:

─Debes dejar de lloriquear. Son muertos y nada más, ¿Qué, debo golpearte hasta que entiendas? Los muertos ya no pueden herirte; esa tu madre siempre consintiéndote, yo sí puedo herirte porque estoy vivo, mentado escuincle, ¡Qué no ves la diferencia!─ Acompañó lo último con puñetazo que me pesó como el de un boxeador.

─Claro que no, Javier, entiendo no es necesario que me grites de nuevo─ Respondo sobándome el pómulo macilento que enseguida se torna guinda para luego oscurecerse.

─Prométeme morro que pasaremos el puente alguna vez y ya no veré este patético teatrito tuyo, promételo y podré morir en paz. Deja a los capullos ser, que ellos ya fueron.

Lo prometí sin chistar. Maldito puente, desgraciados capullos. ─! ¡Ya no más! ─ Nada me hará la muerte y a ellos los abriré de un tajo solo para saber si de cada uno sale una mariposa. Sé que sí.
*
Tiempo pasó en el rancho ¿sabes? Levanté la alzada en dos pies solo en un año, mi madre estaba orgullosa. Rebasaba ya las rayitas que marcábamos juntos en el ciprés del llano trasero. Mi madre desde luego hacía trampa, siempre le subía un poco a su rayita aunque ya no crecía, se quedó chaparrita… chaparrita. Me decía ─ Tú y tus capullos, es de lo único que hablas, pero ¿por qué no me dices cuáles son? De qué oruga salen, qué mariposa forman─ Me limito a contestar que son rojos, los hacen las personas y las mariposas son trasparentes y brillantes; vuelan al cielo dejando el cascarón o se hunden en la tierra arrastrando su soga.

Una noche de verano, de esas calientes y pesadas, donde el aire es espeso y las corrientes cocinan lentamente estaba mi familia dormida en la haciendaposada de los compadres de Javier; veníamos todos de pizca igual que cada año, la hierba ya estaba lista para la siega, se puede oler por todo el terreno y yo que estaba dormido en un cobertizo a unos 500 metros de la propiedad, me desperté. ─Enseguida te cuento.

Estaba soñando, recargado en un bulto de harapos, cuando dos motores rugieron a lo lejos, el sonido de la tracción hendió el aire hasta levantar nubes de polvo. Estoy listo. En chinga me levanté, tomé unos jeans que ensamblé en mis piernas acompañados de una camisa raída que me acomodé a la carrera mientras empezaba a escuchar silbidos y gritos desde la cosecha, inicié carrera hacia la hacienda rompiendo ramas en cada zancada, sentí el yeso del edificio reventar frente a mí con estallidos y resplandores, me cubro tras una columna mientras la balacera se desata como un vendaval que logra rozar con una bala mi oreja derecha que se deshace; tuve que morderme la lengua para no gritar. Los estallidos volvieron con la respuesta al fuego de Javier y sus compadres, que desde la azotea destrozan a tiros una de las tacomas que dan vueltas por la siembra. Tiembla el piso con una explosión seca, me tambaleo y caigo en los escalones de la entrada junto a Francisco que se rompe el cuello y deja una estela de sangre en la tierra; junto con él caen personas desde el techo, abatidos por las balas.

Detrás de mí, Javier rompe la puerta de la entrada de una patada, un hilo de emoción se escurre entre mis vértebras junto con los gritos de guerra, que nos empuja sin remedio hacia la útima carga de fuego contra los rivales de mercado, todos los compadres de Javier, se sienten como mis hermanos, somos familia entre pólvora y todos juntos contra las balas emprendemos rumbo hacia la milpa de hierba, con un grito altísimo al unísono que ruge. ─ ¡Quiébrenlos muchachos! ─.

Las matas son altísimas y gruesas de tallo, en aquella noche sin luna nos dispersamos y perdemos entre las plantas que forman muros. Ahora estoy en la oscuridad jadeando mientras se parten tallos vueltos troncos, los disparos silban por encima de mis hombros. Tirado en el piso está Pablo con un hueco en el tórax del tamaño de una toronja, en un charco rojo y junto a él justamente lo que buscaba, una 9mm Bereta, tipo escuadra, cargador de 11 más un tiro en la recámara. Solo tiene dos tiros. Suficiente para mí, practiqué un verano entero. Salto despedido hacia el claro de la siembra, el viento me raspa veloz al correr, me rozan las espinas. Aparto de un golpe la última mata y ahí están…─ ¿Puedes verlos? No lo creo, no los ves aún; pero te cuento ─

La mitad del cultivo está en llamas, la explosión pasada fue una de las tacomas que ahora se derrite en combustible encendido.

            ─ Morro apresúrate, este último es tuyo─  

Estamos cinco contándome a mí, y a Javier que tiene un tiro en el costado derecho entre las costillas, tirado en el suelo grita que me acerque al sujeto que está saliendo de la ventana de la Tacoma en llamas. Todos tenemos armas apuntando al hombre que trabajosamente se
arrastra hacia el centro del claro como esperando rogar. Se incorpora y Javier le dispara en una pierna, cae postrado ante mí, que me acerco como imantado con la pistola abajo sin apuntar y a dos paso de él ─Lo recuerdo bien, dos pasos justos, ─ levanto la pistola con la mano derecha hasta que por la mira puedo ver entre sus ojos, rojos por el humo, justamente como los capullos, él es un capullo. Hora de que salga la mariposa roja y decida a dónde volar.

Mi mano tiembla, y sin darme cuenta tiemblan mis piernas con el resto de mi cuerpo, sus ojos se empañan, los veo y me reflejan terror. Cerré los míos por un segundo, al tiempo que la saliva de un trago amargo se hunde en mi garganta. Abro los párpados. Saca una pistola del abrigo y dos de últimos disparos suenan en la noche pesada. ─ No supe cuándo apuntó, ni a dónde, solo jalé el gatillo y su bala fue más rápida. Yo no lo maté él se perforo el cráneo disparándose por debajo del mentón. Aun ahora lo recuerdo y, cómo no hacerlo. Lo único que escuche de él, por lo que recuerdo su voz en mis sueños─

─ Tú no serás como yo ─ Cayó muerto con dos tiros, uno suyo y otro mío que llegó tarde entre sus ojos.


Ahora atravieso el puente yo solo, veo los capullos y no me aterro. Un día mi padre se convirtió en capullo y estoy seguro que yo también lo seré. No se hacia donde voló convertido en mariposa ¿sabes? Pero sé hacia dónde volaré yo, cuando salga de mi capullo.

-Rha-bel Perez

lunes, 29 de abril de 2013

Lista 2



Título:Lista II
Autor: Uriel Luviano




El abrazo lascivo de tus muslos,
el mar turbulento de tus labios,
el pozo profundo de tus ojos,
el monte concupiscente de tus senos.

El cielo azul de la tarde,
el ruido afónico de la calle,
el trino de un ave voyeurista,
el actor, el teatro, las revistas.

El río salado de tus piernas,
la selva iridiscente de tu pelo,
la cueva tibia de tu boca,
tus labios, las puertas del cielo.

-Uriel Luviano